Seguían siendo normales y vulgares en su forma, y los hierbajos y enredaderas todavía crecían tercamente en las grietas de la roca gris, ni más vistosos ni más escasos que dos siglos antes.
Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña.