Al fin, la disputa se saldó con un pacto: los bastaixosirían a recoger los pertrechos de las galeras a la ciudad y, mientras, los barqueros empezarían a descargar los mercantes.
Y yo quedé como una momia, cubierta de vendas blancas bajo las que se escondía una armadura tétrica y pesada que dificultaba todos mis movimientos, pero con la que tendría que aprender a moverme de inmediato.