Cayetano siguió mirando el sol sin el cristal por simple distracción. A las dos y doce parecía un disco negro, perfecto, y por un instante fue la media noche a pleno día.
Si esta ola de sueño incontrolable empezara a las 10 de la noche en Nueva York, serían las 11 de la mañana en Tokio, por lo que ellos tendrían que dormir a plena luz del día.