Al parecer, Carax trabajaba de pianista en un burdel de poca monta en Pigalle por las noches y escribía de día en un ático miserable en la barriada de Saint Germain.
Enfundada en un vaporoso vestido de algodón azul turquesa, el objeto de mis turbios anhelos tocaba el piano al amparo de un soplo de luz que se prismaba desde el rosetón.
He sentido muchas veces, desde muy pequeñito, cuando empezaba a tocar el piano o la guitarra, o cantaba o escuchaba música, que hay cosas que no se pueden explicar en el día a día.