Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo perdone! , que mil veces le daba al diablo, y el que se moría otras tantas bendiciones llevaba de mí dichas.
De no haber sido por la alegría de estar a salvo de los tiburones, de los numerosos peligros del mar que me habían amenazado durante diez días, habría pensado que aquellos hombres y aquellas mujeres no pertenecían a este planeta.