América Latina, con sus selvas impenetrables, con sus montañas inaccesibles, sus mares tormentosos, es una tierra de prodigios naturales y de confluencias culturales.
Cuando levanté el brazo y empecé a agitar la camisa, oía perfectamente, por encima del ruido de las olas, el creciente y vibrante ruido de sus motores.
Desde el oblicuo ángulo desde el que lo veía parecía que el obelisco no tuviera base... y estuviera balanceándose en el sombrío cielo como si flotara sobre un agitado mar.
Y la corriente la arrebató de las olas, y la espuma de la marejada, y la playa la recibió, y a sus pies vio tendido el joven pescador el cuerpo de la sirenita.
La verdad, nunca publicada hasta entonces, era que la nave dio un bandazo por el viento en la mar gruesa, se soltó la carga mal estibada en cubierta, y los ocho marineros cayeron al mar.
Luego se las veía firmes a través del mar que ahora estaba picado debido a la brisa creciente. Gobernó hacia el centro del resplandor y pensó que, ahora, pronto llegaría al borde de la corriente.
Pese a que la tormenta había disminuido considerablemente, las gigantescas olas rompían tan descomunalmente en la orilla, que bien se podía decir que se trataba de Den wild Zee, que en holandés significa tormenta en el mar.
Y el mar se acercó y se esforzó en cubrirle con sus olas; y cuando él supo que era su fin besó con labios enloquecidos los fríos labios de la sirena, y su corazón se despedazó en su interior.