Y, sin embargo, sin que supiera cómo, aquella raíz estaba allí, enredada en los cabos de la malla, como otro anuncio inequívoco de la tierra que no veía por ningún lado.
Don Benjamín dejó pasar a su esposa, que asomó desgreñada, con un seno colgando sobre el camisón de indiana amarilla y el otro enredado en el escapulario de la Virgen del Carmen.