Oíanse lamentos de mujeres, voces quebradizas, frágiles, cuchicheos de enfermas o colegialas, de prisioneras o monjas, risas falsas, grititos raspantes y pasos de personas que andan en medias.
Había puesto en ella toda la furia de que era capaz, sus palabras más crueles, los oprobios más hirientes, e injustos además, que sin embargo le parecían ínfimos frente al tamaño de la ofensa.
El primer día se ensucian la ropa y se mojan los pies y las manos sin que ella pueda evitarlo hasta que un caballero que venía a caballo se detiene y se pone a regañarles a los niños, pero sobre todo a Agnes.