Los perros sacudieron las orejas como aldabas, hubo revuelo de pájaros nocturnos, queja y queja de ciprés en ciprés y teje maneje de cuerdas de relojes.
Así que cuando Cayetano Delaura fue a visitarlo por orden del obispo, tuvo que empujar el portón y entrar sin ser invitado, porque nadie respondió a los aldabonazos.