En el capítulo 21 encontramos: " al alboroto de los muchachos y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino" .
Una camioneta cargada de jaulas apareció espantando chivos entre la polvareda del horizonte, y el alboroto de los pájaros fue un chorro de agua fresca en el sopor dominical de San Miguel del Desierto.
¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches! —A mí no me da miedo de la montera, Pepe, ¿y a ti? —decía Blanca, cogida muy fuerte de mi mano.
Al contrario: fortalecía la convicción que Fermina Daza tuvo siempre de que aquel alboroto febril de los veinte años había sido cualquier cosa muy noble y muy bella, pero no fue amor.