Después de cortarle el ombligo, la comadrona se puso a quitarle con un trapo el ungüento azul que le cubría el cuerpo, alumbrada por Aureliano con una lámpara.
De pronto Ana salió; lenta pero determinadamente se dirigió al campo de los tréboles, luego cruzó el puente de troncos y luego los bosques, alumbrada por una pálida luna.