Ya en el aula, subió a la tarima para ocupar su lugar y, tal como esperaba, la vio allí, sentada al final del anfiteatro: era la única de aquella fila, estaba alejada del resto de estudiantes.
Con ese botín, el recién proclamado emperador Vespasiano financió y mandó construir el que sería el anfiteatro más grande del imperio romano, el anfiteatro Flavio.