Armándose de valor para dar el último paso de su viaje, el iniciado movió su musculosa constitución y volvió su atención al cráneo que sostenía entre las palmas de las manos.
La mujer que estaba con él contó después que Aureliano Arcaya saltó de la cama y abrió la puerta, y fue esperado con una descarga de máuser que le desbarató el cráneo.
Eréndira no se alteró. Salió de la carpa con el platón de las compresas, y dejó a la abuela con el torso embebido de claras de huevo, y el cráneo embadurnado de mostaza.
Las tejas podridas se despedazaron en un estrépito de desastre, y el hombre apenas alcanzó a lanzar un grito de terror, y se rompió el cráneo y murió sin agonía en el piso de cemento.
Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza.
Esta vez sintió el hueso, en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en el mismo sitio mientras el tiburón arrancaba flojamente la carne y se deslizaba hacia abajo, separándose del pez.
Los mexicas sacaban el corazón latiente de guerreros cautivos, luego tomaban el cráneo y le hacían orificios para montarlo en un poste junto con miles de otros cráneos.
Al hallar el primer cráneo de un T. rex, con sus potentes dientes y quizás la mordedura más fuerte de cualquier animal de la tierra, nos lo imaginamos como una bestia feroz y tonta.