El cónsul llamó entonces por teléfono al tenor Rafael Ribero Silva, su compatriota, para que le consiguiera un cuarto en la pensión donde ambos vivíamos.
Pese a todo, no podía prescindir de él pues gracias a éste atesoraba los cargos de cónsul de la cofradía, prohombre de Barcelona y miembro del Consejo de Ciento.
Ya no lo pueden sostener dos cónsules anuales, que es una especie de ayuntamiento de pueblo, sino que hace falta una voluntad más firme para sostener el Imperio.
Precisamente hoy —murmuró— he estado reunido con uno de los cinco consejeros de la ciudad para que, como cónsul de la cofradía que soy, me elijan miembro del Consejo de Ciento.
Ahora es cónsul de la cofradía, por lo tanto, según los Usatges, un prohombre y un caballero, y está pendiente de que lo nombren miembro del Consejo de Ciento de la ciudad.