Lo que más le inquietó de aquella visión fugaz fue que la sintió exactamente igual a ella, como si se hubiera visto a sí misma con veinte años de anticipación.
Es en 1305 cuando el pintor Florentino Giotto, en su adoración a los reyes magos, incorpora por primera vez al imaginario la famosa estrella fugaz, con su cabeza y su cola.