Su traje era de raso gris, la falda y las anchas mangas de bullones estaban bordadas con plata, el rígido corpiño adornado con hileras de perlas finas.
Esta necrópolis, situada en la zona Sur de la ciudad, alberga tumbas construidas con cámaras de piedra y adobe, dispuestas en hileras que siguen un patrón Norte-Sur.
Le decían Piraña porque, como esas bestias carnívoras de los ríos amazónicos, su doble hilera de dientes enormes y blanquísimos desbordaba los labios, y sus mandíbulas siempre estaban latiendo.
Estar ahí, parados en medio de la hilera de casas color beige con amarillo, se sentía como ver todos esos años, casi 15, de trabajo por fin concretados.
En el segundo piso empezaba el sosiego. A un lado estaban las celdas vacías cerradas con candado durante el día, y enfrente la hilera de ventanas abiertas al esplendor del mar.