El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció a Murray diciendo: -Es costumbre, usted sabe.
Los otros cuatro guardaban humilde silencio en sus celdas, sin duda sintiendo el ostracismo social en la sociedad de la calle del Limbo de una forma más aguda que cuando recordaban sus ofensas a la ley.