La Carta de las Naciones Unidas nos inculcó una verdad, que quedó grabada en una lápida: si bien hay quien duerme para soñar, nosotros debemos soñar para cambiar el mundo para mejor.
Así es como este personaje quiso quedar representado para la eternidad en la lápida de su tumba: leyendo acompañado de ese perro que sería su gran amigo.
Pero el tercer domingo aprovechó un descuido para cumplir uno más de sus grandes sueños, y con el carmín de labios escribió en la primera lápida lavada por la lluvia: Durruú.
Hoy hemos visto a muchas familias limpiar las lápidas, traer flores frescas o de tela, acompañados de los más jóvenes y pequeños de la casa, porque dicen es una tradición que quieren transmitir.
Ponen velas, que sirven para iluminar el camino de las almas que están regresando, también son típicas las flores cempasúchil y se esparcen sobre las lápidas incluso por los caminos para que los muertos sepan por dónde ir.
Entonces mandó a hacer una lápida de anarquista, sin nombre ni fechas, y empezó a dormir sin pasar los cerrojos de la puerta para que el Noi pudiera salir con la noticia si ella muriera durante el sueño.