Robert Langdon estaba ocupado revisando sus notas cuando advirtió que el murmullo que los neumáticos del Town Car hacían sobre la carretera cambiaba de tono.
Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces.