Más allá, sólo estudios especializados de periodismo, traducción o magisterio contienen, y de forma más bien limitada, alguna asignatura suelta de redacción.
El profesor de ciencias, Don Estudiete, había pedido a sus alumnos que estudiaran algún animal, hicieran una pequeña redacción, y contaran sus conclusiones al resto de la clase.
Cuando termina la redacción —diez páginas de cuaderno, por ambas caras— Alberto, súbitamente inspirado, anuncia el título: Los vicios de la carne y lee su obra, con voz entusiasta.
Una tarde que Comepapel dormía la siesta entre un montón de folios que había en mi mesa, sin darme cuenta lo grapé a una redacción que acababa de hacer.
Mi profesora de literatura en el instituto, cuando nos mandaba hacer una redacción, decía que la máxima nota a la que podíamos aspirar con el trabajo escrito era un nueve.