Se levantó el fantasma de su asiento lanzando un débil grito de alegría, cogió la blonda cabeza entre sus manos, con una gentileza que recordaba los tiempos pasados, y la besó.
Tan bella era, que cuando el joven pescador la vio se llenó de asombro, y tendiendo la mano tiró de la red, se inclinó sobre la borda y la ciñó en sus brazos.
El viejo sujetaba ahora al pez con su mano izquierda y con sus hombros, y se inclinó y cogió agua en el hueco de la mano derecha para quitarse de la cara la carne aplastada del dorado.