Su cuerpo es robusto y de patas cortas se mueve lento sobre la tierra, pero en el agua es una ágil nadadora, gracias a las membranas que unen sus dedos.
En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.