Él seguía sintiendo su presencia en el mismo rincón de su alma, siempre sentada en silencio frente al fuego pero sin sentirse sola ni un instante, pues sabía que el mundo que habitaba estaba dentro de él.
Impresión de lluvia y adormecimiento de los miembros, de enredo con fantasmas cercanos e invisibles en un espacio más amplio que la vida, en el que el aire está solo, sola la luz, sola la sombra, solas las cosas.
La sombra, el silencio, la suciedad, daban forma a su abandono, a su deseo de sentirse sola con su dolor, con esa parte de su ser que con su marido había muerto en ella y que poco a poco le ganaría cuerpo y alma.