Os estuvo bien empleado, por haberos mostrado tan avariciosos con la carne; pero es una vergüenza que dos grandullones como vosotros os hayáis dejado zurrar por un enano.
Luo Ji había supuesto que habría problemas, por lo que el sí del alcalde le pilló totalmente por sorpresa, dado que eran momentos extraordinarios y ellos no eran nadie.
Cuando escuchó el grito del Boa, no se movió: era un pequeño ser adormecido en el fondo de una concha rosada, y ni el viento ni el agua ni el fuego podían invadir su refugio.
El muchacho, que al día siguiente se quedó de guardia, estaba trabajando en la cocina, como le correspondía, y cuando se preparaba a espumar el caldero se presentó el enano y pidió un pedazo de carne.
Pero cuando ese pequeño humano vuelva del colegio con pupa en su corazoncito porque no le han seleccionado el primero en el equipo de fútbol, la máquina no vas a saber darle el besito en la pupa.