El pasado mes de octubre afirmé en Asturias que necesitábamos referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar.
Es en 1305 cuando el pintor Florentino Giotto, en su adoración a los reyes magos, incorpora por primera vez al imaginario la famosa estrella fugaz, con su cabeza y su cola.
Cuando llegó su turno, los otros monjes quisieron poner fin a los homenajes, pues el antiguo malabarista no tendría nada importante que decir o hacer y podía desacreditar la imagen del convento.
Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo.