La casa se llenó de regalos de desagravio. Tardíamente impresionado por el respaldo masivo de sus antiguos compañeros de armas, el coronel Aureliano Buendía no descartó la posibilidad de complacerlos.
En este caso no la hizo -dijo el coronel, por primera vez dándose cuenta de su soledad-. Todos mis compañeros se murieron esperando el correo. El abogado no se alteró.