Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores.
Estas montañas son como aquellos abuelos que pasan la tarde al sol haciendo la siesta —dijo ella, pese a que en todos los pueblos que habían visitado no habían visto a nadie con la parsimonia de aquellas montañas.