El número de muertes confirmadas a causa de la violencia, tanto de civiles como de combatientes, ha disminuido considerablemente en el curso del último año.
Es una carrera contra el tiempo y, si perdemos esa carrera, más personas pueden morir de enfermedades, falta de agua potable y desnutrición que del tsunami mismo.
Como trabajadores humanitarios, no podemos aceptar que se pierdan tantas vidas cada año en este continente debido a enfermedades que podrían prevenirse, al abandono y a la brutalidad insensata.