Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas.
Con el estómago lleno y satisfecho, Ricitos de Oro buscó algún lugar para sentarse. Ella vio tres sillas junto a la chimenea. Primero, ella se sentó en la silla de Papá Oso.
Mientras trataba de calentar con su cuerpo el perrito ensopado, María dos Prazeres veía pasar los autobuses repletos, veía pasar los taxis vacíos con la bandera apagada, pero nadie prestaba atención a sus señas de náufrago.