Había venido dos años antes de la localidad marítima de Puerto Padre encomendada por su familia a Florentino Ariza, su acudiente, con quien tenían un parentesco sanguíneo reconocido.
Decían que había que averiguar si dentro de esa casa que se hundió había alguna persona, el guardián o alguien que que cuidara la casa o que estuviera trabajando en ese momento.
Alguien le había dicho que no anduviera con su acudiente más de lo indispensable, que no comiera nada que él hubiera probado ni se pusiera muy cerca de su aliento, porque la vejez era contagiosa.
Estaba sentada en el mecedor, pintorreteada y floral, como siempre, y con los ojos tan vivos y una sonrisa tan maliciosa que su guardiana no se dio cuenta de que estaba muerta sino al cabo de dos horas.
Y, después, tenemos los otros padres, madres, tutores, maestros, que no fortalecen tanto el reconocimiento de los niños en lo que hacen bien, sino que ponen más énfasis en el esfuerzo cuando hacen las cosas y en el progreso.
Cuando uno refuerza eso todos los días, padre, madre, tutor, abuelo o lo que sea, el niño aprende de manera subconsciente " A mí me aman por eso, porque me están todo el tiempo reconociendo en lo que soy bueno" .