No podía enseñar tal vejestorio a la alemana para pedir su opinión sobre el conjunto; echaría por la borda mi falsa imagen de modista exquisita de últimas tendencias.
Llevaba unas abarcas de labriego y una camisola de lienzo basto con pedazos luidos por los abusos del jabón. La sinceridad de su pobreza se notaba a primera vista.
Y luego sus ojos se salieron de las órbitas temerosamente y contuvo la respiración, y los toscos zapatos que remataban sus cortas piernas se retorcieron y crujieron sobre la grava.
¿No conoce vuestra merced, señor Oidor, a este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en el hábito tan indecente a su calidad como vuestra merced puede ver?
Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir: — ¡Favor a la justicia!