En medio del cuarto está Elisabetta, con un abultado paquete en los brazos, contemplando con estupefacción a su hermana muerta, como si le faltasen bríos para gritar.
Mas, como ya tenía experiencia, no la hice tan difícil de manejar, ni la cargué tanto como la primera, sino que me llevé las cosas que me parecieron más útiles.