Para el siglo XV la sociedad está muy jerarquizada y en esa división están los nobles con poder y privilegios y los campesinos que trabajan para ellos.
Poco después fueron rescatadas por los cuatro Aurelianos, cuyas cruces de ceniza infundían un respeto sagrado, como si fueran una marca de casta, un sello de invulnerabilidad.
Un culto típico requiere un alto nivel de compromiso de sus miembros y mantiene una jerarquía estricta que separa a los simpatizantes y reclutas desprevenidos del funcionamiento interno.