Ahora bien, no es posible negar que las negociaciones comerciales en curso tropiezan con dificultades que los negociadores deberían tratar de resolver.
La interrelación entre el desarrollo y la seguridad es indudable y, por lo tanto, ambas cuestiones deben tratarse de manera proporcionada y equitativa.
Tercero, frente a cifras incuestionables sobre aumento de pobreza, hay que poner el máximo de imaginación, voluntad política y, en general, nuevos recursos.
Así pues, en esas resoluciones se vincula incuestionablemente el derecho de los refugiados palestinos a regresar a su patria con el derecho a la libre determinación.
No cabe duda de que la aprobación del proyecto de Convención, que constituirá un logro importante, ofrecerá a los Estados y sus tribunales una mayor seguridad jurídica.
No se puede negar su contribución inestimable a la libertad, la solidaridad y los vínculos más estrechos entre los pueblos, las naciones, las mujeres y los hombres.
Es urgente solucionar las deficiencias de la aplicación del actual programa de desarme, desmovilización, rehabilitación y reintegración, que debilitan la autoridad de la CNDDRR en materia de política y aplicación.
La consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio permitiría indudablemente que los países en desarrollo estuvieran más preparados para hacer frente a los problemas que plantea la globalización.
Aunque no caben dudas sobre la experiencia de las Naciones Unidas en materia de mantenimiento de la paz, los desafíos de la consolidación y el afianzamiento de la paz son diferentes.
El coronel guardó silencio hasta cuando su esposa hizo una pausa para preguntarle si estaba despierto. él respondió que sí. La mujer continuó en un tono liso, fluyente, implacable.
Al fondo de los grupos de amigos en alta mar, se veían sin la menor posibilidad de equívocos, inclusive con sus marcas de fábrica, las cajas de mercancía de contrabando.
Sí, ellos, de pequeños, adoraban a aquella madre mágica; la habían querido siempre; la querían ahora que ya estaba vieja y no servía para nada; eso, quién podría dudarlo: la habían querido siempre y a su padre también.
No hay duda en eso -replicó don Quijote-; pero muchas veces acontece que los que tenían méritamente granjeada y alcanzada gran fama por sus escritos, en dándolos a la estampa la perdieron del todo, o la menoscabaron en algo.
A mitad de su intervención empezó a vislumbrarse como el hombre que debería ser todos los días que no eran aquél: seguro de sí mismo, contundente en sus gestos y palabras, acostumbrado a mandar y a llevar la razón.