Ella no sólo se prestó al juego, sino que se compadeció íntimamente de él, pensando que debía estar muy asustado cuando concibió aquel extravagante recurso de reconciliación.
Entonces se quedó pensativo e inquieto y, olvidando las reglas de urbanidad y de buena crianza, sacó una mano del bolsillo y se rascó largo rato la cabeza.
El maestro también se mostró satisfecho, porque le veía atento, estudioso, inteligente, siempre el primero para entrar en la escuela, y el último para ponerse en pie cuando había terminado la hora.