Muy angustiado,comenzó a dar vueltas por el vestíbulo murmurando incoherencias hasta que, de repente, divisó,por la ventana,el huerto que la familia tenía al lado de la casa.
Rodeó el convento de San Agustín y se perdió en el laberinto de calles que se abrían más allá del barrio del Mercadal; saltaba tapias, pisaba huertas y buscaba siempre las sombras.
La cena era un ajiaco al modo criollo, con tres carnes y lo más escogido de la huerta. Dulce Olivia lo sirvió con unas maneras de señora de casa que le iban muy bien a su atuendo.