El nuevo ministro y su esposa eran una pareja joven, de aspecto feliz, todavía en luna de miel y embargados de hermoso entusiasmo por la tarea de su vida.
Todo esto fue un alivio para Fermina Daza, aunque no le hizo ninguna gracia comprobar que las cosas compradas por ella en su viaje de bodas eran ya reliquias de anticuarios.
Después del viaje de luna de miel había vuelto varias veces a Europa, a pesar de los diez días de mar, y siempre lo había hecho con tiempo de sobra para ser feliz.