No tenía la menor idea de cómo demonios sería un conjunto para semejante actividad, pero no estaba dispuesta a reconocer mi ignorancia así tuviera delante un pelotón de fusilamiento.
Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios (que iba a decir el diablo) si le creo cosa alguna.
Mi decisión era firme como un poste: no habría boda ni oposiciones, no iba a aprender a teclear sobre la mesa camilla y nunca compartiría con Ignacio hijos, cama ni alegrías.
Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice, que parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo: quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.
No debo más, y encantos afuera, y Dios ayude a la razón y a la verdad, y a la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña.