La fuerza de un volcán en erupción siempre ha aterrorizado al hombre, que durante miles de años no ha sabido hacer otra cosa que escaparse despavorido.
Se dieron el gusto de acribillar desde el mar y desde el aire con bombas y torpedos, a decenas de miles de criaturas gaditanas y malagueñas que huían por la carretera de Málaga hacia Almería.