Era finales de 1820 y todos en la nueva España estaban muy cansados.
Se cumplían diez años de guerra y el resultado se resumía en una frase, nada para nadie.
Ya habían quedado muy lejos el grito de Hidalgo y las andanzas de Allende y Aldama, los sentimientos de la nación de Morelos, las batallas de Matamoros y Galeana o el idealismo de Javier Mina.
Desesperado, el virrey Apodaca le encomendó a Agustín de Iturbide encabezar una ofensiva contra los insurgentes que aún resistían, los cuales se batían en guerra de guerrillas en el sur y eran encabezados por Vicente Guerrero.
En noviembre de 1820, Iturbide partió con sus tropas hacia el sur de la nueva España y más temprano que tarde las fuerzas de Guerrero lo derrotaron.
Don Agustín se percató que sería difícil derrotar a los insurgentes y decidió dar un paso sin retorno, darle la espalda a la corona española y al virrey e intentar una alianza con Guerrero para consumar la tan deseada independencia.
De noviembre de 1820 a febrero de 1821, Iturbide y Guerrero intercambiaron cartas.
El coronel realista intentó que Guerrero depusiera las armas y le ofreció respetar su grado militar y otros beneficios.
Guerrero se negó una y otra vez hasta que finalmente Iturbide sugirió aliarse por la misma justa causa y a fines de febrero de 1821, el coronel Iturbide le demostró a Guerrero que lucharía por la independencia.
No hubo abrazo de Acatempan, pero sí una importante relación epistolar que se convirtió en una alianza entre Agustinda Iturbide y Vicente Guerrero para consumar la independencia.