Si no puedes imaginarte la vida sin chocolate, eres afortunado de haber nacido después del siglo XVI.
Antes de ese momento, el chocolate solo existía en Mesoamérica con una forma bastante diferente a la actual.
Hasta 1900 a.C. el pueblo de esa región preparaba los granos del árbol de cacao autóctono.
Los registros antiguos informan que los granos eran triturados y mezclados con harina de maíz y pimientos picantes para crear una bebida, no una relajante taza de chocolate caliente, sino una mezcla amarga, vigorizante y espumosa.
Y si pensamos que hoy le damos mucha importancia al chocolate, los mesoamericanos nos ganaron.
Ellos creían que el cacao era un alimento celestial otorgado a los humanos por el dios Serpiente Emplumada, conocido por los mayas como Kukulkán y por los aztecas como Quetzalcóatl.
Los aztecas usaban al cacao como moneda y tomaban chocolate en los banquetes reales, se lo daban a soldados como recompensa por el éxito en la batalla y se usaba en rituales.
El primer encuentro transatlántico con el chocolate ocurrió en 1519 cuando Hernán Cortés visitó la corte de Moctezuma en Tenochtitlán.
Como lo registró el teniente de Cortés, el rey tenía 50 jarras de la bebida que se ofrecía y vertía en copas de oro.
Cuando los colonizadores volvieron cargando ese nuevo y extraño grano, las historias de los misioneros sobre las costumbres nativas le dieron al grano reputación de ser afrodisíaco.