了不起的火箭3
De pronto se oyó una tos fuerte y seca y todos miraron a su alrededor.
Era un pequeño cohete de altivo continente atado a la punta de un palo. Tosía siempre antes de hacer una advertencia, como para llamar la atención.
-¡Ejem! ¡Ejem! -exclamó. Y todo el mundo se dispuso a escucharle, menos la pobre rueda, que seguía moviendo la cabeza y murmurando: -¡El romanticismo ha muerto!
-¡Orden! ¡Orden! -gritó un petardo.
Tenía algo de político y había tomado siempre parte importante en las elecciones locales. Por eso conocía las frases empleadas en el Parlamento.
-¡Ha muerto del todo! -suspiró la rueda. Y se volvió a dormir.
No bien se restableció por completo el silencio, el cohete tosió por la tercera vez y comenzó.
Hablaba con una voz clara y lenta, como si dictase sus memorias, y miraba siempre por encima del hombro a la persona a quien se dirigía. Realmente, tenía unos modales distinguidísimos.
-¡Qué feliz es el hijo del rey -observó- por casarse el mismo día en que me van a disparar! Ni preparándolo de antemano podría resultar mejor para él; aunque los príncipes siempre tienen suerte.
-¿Ah, sí? -dijo el pequeño buscapiés-. Yo creí que era precisamente lo contrario y que era usted a quien se disparaba en honor del príncipe.
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