Señor Presidente: muchas veces en la historia, los magnicidios han sido prólogos de grandes tragedias.
Fundados en el rechazo o el odio hacia las víctimas, quienes perpetraron semejantes acciones, quebrantaron la paz pública y abrieron las puertas a enormes disputas sociales.
Pueblos enteros sucumbieron, detrás de estos profetas del odio.
Por eso mismo, poniendo en valor la racionalidad propia de la convivencia democrática, quiero comenzar estas palabras agradeciendo la solidaridad que la Argentina ha recibido, del mundo entero, por el intento de magnicidio, perpetrado contra nuestra Vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
En la Argentina, el intento de asesinar a la Vicepresidenta no sólo afectó la tranquilidad pública; también buscó alterar una virtuosa construcción colectiva que - el año entrante - cumplirá cuatro décadas de vida.
En 1983, recuperamos la democracia e iniciamos un largo ciclo histórico, en el cual alternaron, en el gobierno, distintas fuerzas políticas.
Los argentinos construimos el acuerdo del "Nunca Más" al terrorismo de Estado y a la violencia política.
Valoramos la democracia como un modelo de desarrollo social, que exige respetar al otro, en la diversidad.
Estoy seguro que la violencia fascista - que se disfraza de republicanismo - no conseguirá cambiar ese amplio consenso al que adhiere la inmensa mayoría de la sociedad argentina.
Aprovechando la desazón que generó la pandemia y los efectos económicos de la guerra, los discursos extremistas y violentos proliferaron y encontraron tierra fértil para sembrar el sentimiento antipolítico en nuestras sociedades.