III. Nébel vivió cuatro días vagando en la más honda desesperación.
¿Qué podía esperar después de lo sucedido?
Al quinto, y al anochecer, recibió una esquela:
«Octavio: Lidia está bastante enferma, y sólo su presencia podría calmarla. María S. de Arrizabalaga»
Era una treta, no tenía duda. Pero si su Lidia en verdad...
Fue esa noche y la madre lo recibió con una discreción que asombró a Nébel, sin afabilidad excesiva, ni aire tampoco de pecadora que pide disculpa.
—Si quiere verla...
Nébel entró con la madre, y vio a su amor adorado en la cama, el rostro con esa frescura sin polvos que dan únicamente los 14 años, y el cuerpo recogido bajo las ropas que disimulaban notablemente su plena juventud.
Se sentó a su lado, y en balde la madre esperó a que se dijeran algo: no hacían sino mirarse y reír.
De pronto Nébel sintió que estaban solos, y la imagen de la madre surgió nítida: