第4章 | 起航
Salió, descalzo, por las rocas de coral hasta la nevera donde se guardaban las carnadas.
El viejo tomó lentamente su café.
Era lo único que tomaría en todo el día y sabía que debía tomarlo.
Hacía mucho tiempo que le mortificaba comer y jamás llevaba un almuerzo.
Tenía una botella de agua en la proa del bote y eso era lo único que necesitaba para todo el día.
El muchacho estaba de vuelta con las sardinas y las dos carnadas envueltas en un periódico y bajaron por la vereda hasta el bote, sintiendo la arena con piedrecitas debajo de los pies, y levantaron el bote y lo empujaron al agua.
-Buena suerte, viejo.
-Buena suerte -dijo el viejo.
Ajusto las amarras de los remos a los toletes y echándose adelante contra los remos empezó a remar, saliendo del puerto en la oscuridad.
Había otros botes de otras playas que salían a la mar y el viejo sentía sumergirse las palas de los remos y empujar aunque no podía verlos ahora que la luna se había ocultado detrás de las lomas.
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