Abajo, sobre la superficie del monolito, la hormiga tuvo la intención de cambiar de rumbo y avanzar en dirección al cielo, pero justo antes de hacerlo descubrió una nueva zanja idéntica al nueve que había encontrado antes del siete, así que siguió en sentido horizontal para adentrarse en ella.
Resultó mucho más placentero que recorrer el uno y el siete, aunque el motivo, naturalmente, escapaba a su comprensión: el suyo era un sentido estético primitivo, unicelular. El placer inexplicado que sintió dentro de aquel nueve le brindó un estado de felicidad también primitivo, unicelular.
Ese placer y esa felicidad nunca habían evolucionado: seguían siendo los mismos desde hacía mil millones de años y así continuarían otros mil millones más.
—Mi Dong Dong me hablaba a menudo de ti, Xiao Luo. Me contó que te dedicabas... a la astronomía, ¿verdad? —dijo Ye Wenjie.
—Eso era antes, ahora doy clases de sociología —contestó él—. Precisamente trabajo en su universidad, profesora, pero cuando empecé, usted ya se había jubilado.
—¿Sociología? Vaya salto disciplinar...
—Pues sí...Yang Dong siempre me decía que era un culo inquieto.
—A mí me decía que tenías una mente privilegiada.
—Como mucho, despierta; nada que ver con la mente de su hija... Llegó un momento en que la astronomía se me hacía tan impenetrable como el acero. La sociología es mucho más manejable, siempre encuentro por dónde hincarle el diente, y como mínimo puedo ganarme la vida...
Albergando la esperanza de dar con otro nueve, la hormiga continuó avanzando en sentido horizontal, pero pronto topó con una línea tan recta como la de la primera zanja, solo que más corta que la de aquel uno, sin hendiduras en los extremos y paralela al suelo: un guion.