Buenas noches y gracias por permitirme acompañaros unos instantes en una noche tan especial, de encuentro y celebración, que os deseo, junto a la reina, la princesa Leonor y la infanta Sofía, que sea feliz y tranquila.
Esta Nochebuena me gustaría referirme primero, y seguro que me entendéis, a la terrible Dana que hace casi dos meses golpeó con inusual fuerza varias zonas del este y sur de España, especialmente en Valencia.
Las personas que perdieron la vida y los desparecidos merecen todo nuestro respeto y no debemos olvidar nunca el dolor y la tristeza que han dejado en sus familias.
Miles de personas vieron cómo lo que hasta hacía poco era su pueblo, su barrio, su trabajo, su casa, su negocio, su escuela, quedaban reducidos a escombros o incluso desaparecían.
Un hecho difícil de asumir, pero del que todos deberíamos poder sacar las enseñanzas necesarias que nos fortalezcan como sociedad y nos hagan crecer.
No debemos olvidar nunca aquellas primeras imágenes de la riada que todo lo arrasó, los rescates de personas, algunas enfermas, ancianas o agotadas, que trataban de salir de sus coches o se refugiaban en tejados y azoteas.
También vimos a quienes abrían sus casas para acoger a los más vulnerables, oponiendo a la fuerza implacable del agua y del lodo la fuerza abrumadora de la solidaridad y de la humanidad.
Vecinos, voluntarios, equipos de protección civil, bomberos, cuerpos de seguridad, Fuerzas Armadas, ONG's, y también empresas que organizaron colectas y donaciones, movilizando incluso su personal y maquinaria… la ayuda y la colaboración de todos está propiciando que, poco a poco, las más de 800.000 personas afectadas recuperen paulatinamente en su vida cierto grado de normalidad. Y que el medio y largo plazo quede igualmente atendido para asegurar realmente la recuperación.
Esa solidaridad en su sentido más puro y más apegado a lo concreto, la hemos reconocido día tras día en el trabajo ingente de voluntarios anónimos y de servidores públicos; y también hemos comprobado —y entendido— la frustración, el dolor, la impaciencia, las demandas de una coordinación mayor y más eficaz de las administraciones.
Porque todas esas emociones —las que conmueven y reconfortan y las que duelen y apenan— surgen de una misma raíz: la conciencia del bien común, la expresión del bien común, o la exigencia del bien común.