Hoy me gustaría hablarles de ciencia.
Pero no de lo que la ciencia dice, si no de aquello que los científicos aún no sabemos decir.
O mejor dicho, de aquello que aún no podemos o quizás no queremos ver: de nuestro punto ciego.
La neurociencia tiene un conflicto de intereses y, la mayor parte del tiempo, aún sin declarar.
Un sujeto, el científico, estudia a otro sujeto, un humano, un gusano, una mosca, un ratón.
Pero hace ver que su sujeto de estudio es un objeto y que el propio científico no está presente.
Fíjense en el truco: empezamos con dos sujetos y casi sin darnos cuenta, por arte de magia, acabamos con un objeto.
Este conflicto de intereses tiene una doble problemática: En primer lugar está el problema del observador, el sujeto que experimenta.
En segundo lugar, el problema de lo observado, el sujeto sobre el que se experimenta.
Bien, el problema del observador nos lleva al de la objetividad: de si es posible pronunciarse sobre la realidad como algo que está ahí fuera, independiente de quien la observa.