Este es el día de Estados Unidos. Este es el día de la democracia. Un día de historia y de esperanza, de renovación, de determinación.
A través de este crisol de las eras, nuevamente se ha puesto a prueba el metal de esta nación. Y el país ha estado a la altura de las circunstancias.
Hoy celebramos el triunfo no de un candidato, sino de una causa: la causa de la democracia.
El pueblo, la voluntad del pueblo se ha escuchado y la voluntad del pueblo se ha acatado.
Una vez más aprendemos que la democracia es preciosa, es frágil.
Y en este momento, amigos míos, la democracia ha prevalecido.
Ahora, en este lugar sagrado donde hace solo unos días, la violencia trató de sacudir los pilares mismos del Capitolio, nos unimos como una sola nación, bajo dios indivisible, para la transferencia pacífica del poder como lo hemos hecho por más de dos siglos.
A la vida hacia delante de una manera únicamente estadounidense, incansable, audaz, optimista, y ponemos la vista en la nación que sabemos que podemos ser y debemos ser, le agradezco a mis predecesore de ambos partidos por su presencia aquí. Les agradezco desde el fondo de mi corazón.
Y sé de la persistencia de nuestra constitución y de la fortaleza de nuestra nación, igual que el presidente Carter, con quien hablé anoche, que no pudo acompañarnos hoy, pero a quien reconocemos por toda una vida de servicio.
Yo acabo de hacer un juramento sagrado que cada uno de estos patriotas ha hecho en su momento el juramento que pronunció por primera vez George Washington.