Una historia de solidaridad prehistórica. María Martinón Torres, paleoantropóloga y directora CENIEH

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Cuando en el registro fósil encontramos una patología o una enfermedad, alguno puede pensar que estamos leyendo una historia negativa o triste, y resulta que es todo lo contrario.

Cuando encuentras una patología, cuando encuentras un callo de fractura, cuando encuentras un hueso que se ha deformado por una enfermedad, en realidad, con esa cicatriz, lo que estás viendo son los esfuerzos de ese cuerpo por reparar ese daño.

Es decir, esa cicatriz solo la tiene el que ha sobrevivido a ese daño.

Entonces, descubrir aspectos que en principio parece que denotan debilidad o debilidad individual, en realidad está hablando de fortaleza a dos niveles: fortaleza individual de aquel que fue capaz de superar durante un tiempo esa enfermedad como para haber desarrollado esa cicatriz que yo puedo leer.

Si te mueres inmediatamente no queda cicatriz, no queda intento de supervivencia.

Las cicatrices las lleva, de la batalla, el que la supera.

Pero además hay otra información importantísima para nosotros, que es la fortaleza del grupo.

Si te encuentras, por ejemplo, un cráneo, como sucede en el yacimiento de Dmanisi, en Georgia, que es el yacimiento en el que se han encontrado los restos humanos más antiguos fuera de África, con 1,8 millones de años, estamos hablando de un período en el que las herramientas eran muy básicas, muy rudimentarias, en las que no se tenía conocimiento ni control del fuego.

Si te encuentras, como ha sucedido en ese yacimiento, restos de un individuo que no tiene dientes y tiene una edad avanzada, estás teniendo de manera indirecta información sobre una población que lo ha cuidado y ha tenido que encargarse de darle de comer o de protegerlo porque estaba menos preparado que los demás.

Y otro ejemplo importante lo tenemos en la sierra de Atapuerca.

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